Todo este mundo se toca con los otros, ¿no cree?
El pasado se fue de todos lados. Sólo está adentro nuestro.
Nada se ha ido, todo está aquí, presente. Lo que hiciste, fue llamarlo.
Dos mujeres sugestionadas por el campo abierto y el tren que se retrasa, compartiendo sus recuerdos para pasar el tiempo y sorprendiéndose con sus similitudes, jugando a ser sus actrices favoritas e incluyendo sabiamente a los espíritus y fantasmas como parte de su vida.
En este bello texto dramático de
Amancay Espíndola la situación inicial es tan clásica y perfecta como en muchas otras obras del teatro universal: dos mujeres esperan en un banco a un tren que parece no llegar nunca.
A partir de ahí la relación de ellas entre sí y con el entorno va tornándose enigmática. El ámbito que las rodea evoca un limbo, un lugar entre lo vivo y lo muerto, los recuerdos de las dos por momentos se fusionan como si fueran la misma persona y las visitan terrores y fantasmas.
Pero quizás no, quizás sólo son dos mujeres sugestionadas por el campo abierto y el tren que se retrasa, compartiendo sus recuerdos para pasar el tiempo y sorprendiéndose con sus similitudes, jugando a ser sus actrices favoritas e incluyendo sabiamente a los espíritus y fantasmas como parte de su vida.
En este último aspecto el texto recupera el pensamiento sincrético de las culturas populares campesinas sobre la relación de lo humano con lo sobrenatural.
La puesta en escena de Ojos verdes cuenta con la profunda humanidad de las actrices
Estela Garelli y
María Zubirí acompañadas por dos pantallas en las que las imágenes creadas por
Silvia Maldini operan sugerentemente sobre la escena sin perder su cualidad de arte visual independiente.
La música de
Cecilia Candia, el vestuario de
Rosana Bárcena y la iluminación de
Facundo Estol dialogan con la escena y con las imágenes alternativamente, buscando generar un universo escénico en el que todo lo anterior se perciba como posible.
Ana Alvarado